miércoles, 19 de noviembre de 2014

Alfarería.

 
Verdaderamente son pocos los que saben de la existencia de un pequeño cerebro en cada uno de los dedos de la mano, en algún lugar entre falange, falangina y falangeta. Ese otro órgano al que llamamos cerebro, ese con el que venimos al mund...o, ese que transportamos dentro del cráneo y que nos transporta a nosotros para que lo transportemos a él, nunca ha conseguido producir algo que no sean intenciones vagas, generales, difusas y, sobre todo, poco variadas, acerca de lo que las manos y los dedos deberán hacer. Por ejemplo, si al cerebro de la cabeza se le ocurre la idea de una pintura o música, o escultura, o literatura, o un muñeco de barro, lo que hace él es manifestar el deseo y después se queda a la espera, a ver lo que sucede. Sólo porque despacha una orden a las manos y a los dedos, cree, o finge creer, que eso era todo cuanto se necesitaba para que el trabajo, tras unas cuantas operaciones ejecutadas con las extremidades de los brazos, apareciese hecho. Nunca ha tenido la curiosidad de preguntar por qué razón el resultado final de esa manipulación, siempre compleja hasta en sus más simples expresiones, se asemeja tan poco a lo que había imaginado antes de dar instrucciones a las manos. Nótese que, cuando nacemos, los dedos todavía no tienen cerebros, se van formando de a poco con el paso del tiempo y el auxilio de lo que los ojos ven. El auxilio de los ojos es importante, tanto como el auxilio de lo que es visto por ellos. Por eso lo que los dedos siempre han hecho mejor es precisamente revelar lo oculto. Lo que en el cerebro pueda ser percibido como conocimiento infuso, mágico o sobrenatural, signifique lo que signifique sobrenatural, mágico en incluso, son los dedos y sus pequeños cerebros quienes lo enseñan. Para que el cerebro de la cabeza supiese lo que era la piedra, fue necesario que los dedos la tocaran, sintiesen su aspereza, el peso y la densidad, fue necesario que se hiriesen en ella. Sólo mucho tiempo después el cerebro comprendió que de aquel pedazo de roca se podía hacer una cosa a la que llamaría puñal y una cosa a la que llamaría ídolo. El cerebro de la cabeza anduvo toda la vida retrasando la relación con las manos, e incluso en estos tiempos, cuando parece que se ha adelantado, todavía son los dedos quienes tienen que explicar las investigaciones del tacto, el estremecimiento de la epidermis al tocar al barro, la dilaceración aguda del cincel, la mordedura del ácido en la chapa, la vibración sutil de una hoja de papel extendida, la ortografía de las texturas, el entramado de las fibras, el abecedario en relieve del mundo.

José Saramago, “La Caverna.”

lunes, 17 de noviembre de 2014

P a Z


La Salud se sustenta de la Alegría de Vivir.
La Alegría de Vivir se sustenta del Amor a la Vida.
El Amor a la vida se sustenta de la Estima Propia.
La Estima Propia se sustenta de la Paz interior.
La Paz interior se sustenta de haber aprendido a
Elegir con Libertad nuestro Propio Camino,
incluidos todos sus aciertos y fracasos.
 
Alejandra Baldrïch
 

viernes, 14 de noviembre de 2014

Corpo/amigo

 
O corpo é o teu amigo, non é o teu inimigo.
Escoita a súa linguaxe e pouco a pouco a medida que entres no libro do corpo e pases páxina, chegarás a ser consciente de todo o misterio da vida.

Osho.

jueves, 13 de noviembre de 2014

Sensibilidades sin nombre.


Además de la sensibilidad “oficial” (vista. oído, gusto, olfato, tacto) hay otra sensibilidad sin nombre, que va por los bordes de las percepciones dominantes, conciencia brumosa que abona el territorio de la ex...perimentación, de la disposición a una fragilidad operativa para vibrar con los otros. El ser sensible registra que cada sensación está hecha de muchas pequeñas sensaciones, aprende a sensoriar la sensación antes que a juzgarla, se abre para captar lo pequeño, los gestos mínimos, los matices, aquello que es materia viva del pensamiento complejo.

"Corpodrama. Cuerpo y Escena".
Hernán, Susana, Martín y Mariana Kesselman.

martes, 11 de noviembre de 2014

Por cada corazón...

Por cada corazón que aprende a non traicionarse a conciencia universal expándese.

Alejandra Baldrïch.

lunes, 3 de noviembre de 2014

La salud en nuestras manos.



 Sólo podemos enfermar de aquello que nos completa. Todo síntoma nos aporta información sobre el estado de nuestra conciencia.
En épocas de gripes y anunciadas pandemias, fomentamos el miedo en vez de la salud.... Información parcial, noticias catastróficas y fuera de contexto promueven el temor, mientras se pide a la población que no entre en pánico, en una contradicción insostenible.
Es verdad que cualquiera de nosotros puede “contagiarse” y enfermar. Es más: tenemos derecho a enfermar, a tomarnos un respiro y apartarnos de nuestras rutinas cotidianas. Para lograrlo, necesitaremos utilizar los virus para realizar la enfermedad. Incluso podemos afirmar que no hay nada más saludable que enfermar, entendiendo que es la manera de recuperar el equilibrio perdido.
Sin embargo, para enfermar, tendremos que recurrir a instancias mucho más potentes que los virus: necesitaremos sentimientos o dolores no reconocidos, hartazgos o conflictos internos sin solución aparente y el deseo de apartarnos y distanciarnos, erigiendo enemigos por doquier. También precisaremos comida de mala calidad o alejada de nuestra naturaleza personal. Quiero decir, comemos lo que luego nos enferma y pensamos lo que luego nos enferma.
Esto significa que el equilibrio físico y psíquico está en nuestras manos y depende de nosotros mucho más que de los temibles virus externos. Aunque no lo parezca, ésta es una excelente noticia. Porque podemos hacer algo muy concreto. ¿No queremos enfermar? Pues bien, abandonemos completamente la leche y sus derivados. Completamente significa completamente: yogures, postres, flanes, cremas, helados, manteca, chocolate. En los niños pequeños, esta debería ser la regla. ¿Es muy difícil? ¿Acaso es más fácil tolerar las virulentas gripes que nos tienen aterrados que sostener una dieta momentáneamente rigurosa?
Ahora bien, supongamos que prestamos una estricta atención al alimento, aún tendremos que abordar el territorio de los dolores afectivos. Eso es más complejo, pero no imposible. Como mínimo, preguntémonos qué nos aportaría una enfermedad respiratoria en este momento de nuestras vidas. ¿No tenemos ninguna pista? Pidamos ayuda, para ver aquello que enceguecidos por nuestras propias opiniones, no alcanzamos a vislumbrar.
En lugar de alimentar el miedo o de aislarnos, sepamos que sólo podemos enfermar de aquello que nos completa, y que todo síntoma nos aporta información sobre el estado de nuestra conciencia. No hay verdadero peligro si miramos hacia adentro.

Laura Gutman